“Todos los días son una pesada losa sobre mi espalda, no puedo más que sentirme inmensamente sola a pesar de tener cercana a mi familia y amigos, quizá he perdido el tiempo buscando culpables de todo lo que me pasa, a lo mejor cuando todo va bien siento la necesidad de regresar a sufrir porque no conozco otra forma de existencia.
Los días oscuros deseo desde lo más profundo de mi ser, toda la miseria sobre ti, no soporto tu sonrisa de buenos días, quisiera tomar un martillo o tomar tu maldita cabeza para azotarla contra la pared una y otra vez hasta que te desangres por el cráneo roto ¡es un infierno!”
Esto escribió una participante durante un experimento que se realizó en un aula universitaria, se les pidió que describieran su odio sin nombrar la cosa o persona a quien va dirigido.
El odio, una palabra que jamás he buscado en el diccionario, hasta el día de hoy en que me cuestiono si en realidad es lo opuesto al amor o una simple extensión oculta de su encanto. Ese sentimiento puede surgir en cualquier momento, muchas veces sin querer por parte del interlocutor, llámese mosquito, taxista, pareja, vecina, papá; incluso, uno mismo.
Hablemos del odio, un sentimiento muy humano; no venimos aquí a hablar de la opinión de los grandes filósofos si nosotros somos capaces de reflexionar sobre nuestros actos, a partir de nuestra propia experiencia podemos comenzar aceptando que hemos odiado, que hemos sido odiosos, rencorosos y muchos de nosotros guardamos resentimiento aún.
Sentir odio, es albergar en nuestro interior, al enemigo más perverso, es sembrar en nuestro co-razón la semilla de la intolerancia, la xenofobia, la discriminación, la incomprensión para que finalmente germine en el insulto, la violencia, las guerras… la muerte, el sufrimiento.
Si bien es cierto que la frase juarista es ya un cliché del argot del mexicano promedio que pasó sus clases de historia oficial, no podría estar más vigente hoy, momento preciso en el cual se colapsa la estructura social porque ya nadie cree en los valores como la justicia, la honestidad y el respeto.
“El respeto al derecho ajeno, es la paz”, así decía ese pinche indio prieto masón vende patrias de mierda, sí, así de ridículo es el odio, nunca conocí a Juárez, mas que en los libros de texto gratuitos plagados de horrores ortográficos y en los billetes de 20 pesos y últimamente en los de 500; pero que va, odiamos porque así de fácil es hacerlo, como cuando otros libran sus luchas diarias y es incomprensible para el resto de la gente, ahí están los LGTB con el matrimonio igualitario y la adopción; las feministas con la despenalización del aborto, los estudiantes, los animalistas, los ecologistas, los defensores de las abejas, los territorios nativos y finalmente los migrantes hondureños, en fin, podría nombrar a tantos, la lista es larga; cada quien desde su trinchera está haciendo algo por legar un mundo mejor.
Así que podemos unificar nuestra frecuencia para ser un todo armónico o seguir haciendo este ruido contaminante, porque ahora que lo pienso, nunca he hecho algo para que me odien, pero seguramente me odian por ahí, aunque yo ni lo sepa y siga platicando con ustedes viendo cómo se destrozan sin sentido, mientras saboreo tranquilamente mi café con pan.