Llegué tan puntual a buscar a mi hija al colegio, que hasta me quedó tiempo de platicar con la mamá de la mejor amiga de mi hija de 5 años; le comentaba que la última travesura que había hecho Daniela fue pintarrajearme la pared de mi cuarto y que por eso se había ganado un buen regaño, la nalgada y el castigo; cómo era posible que siguiera pintando las paredes si ya le había comprado un cuaderno bien bonito para dibujar.
La mami de Tania me dijo que era mejor corregirlos desde ahora porque sino luego se convertiría en una graffitera, al mismo tiempo me mostró la barda de la escuela de las niñas, un enorme rayón que al parecer decía algo que yo no entendía, pero quien lo pintó seguramente quería expresar un sentimiento incomprensible para una gran mayoría. Pensé en que mi Danielita hacía garabatos más parecidos a las pinturas rupestres de la edad de piedra, cuando la gente vivía en cuevas, se alimentaba de la caza y de la recolección de frutos y raíces, pero que si iba a pintar, llegaría a ser mejor que un Diego Rivera.
La pintura rupestre, el graffiti y mural, comparten algo en común, sí, que todas ellas se pintan sobre paredes, todas son expresiones humanas de la creatividad, creencias e ideologías, empleando distintas técnicas y originadas en contextos socioculturales muy específicos.
No nos vayamos tan lejos, quienes pintaron las manos en la cueva de Lol tun, Yucatán o los bisontes de Altamira en España, emplearon uno o dos colores, ya sea el negro que obtenían del carbón vegetal que hoy día usamos para la carnita asada; el rojo, amarillo y ocre que se obtiene de minerales como la hematita, la arcilla y el óxido de manganeso, y probablemente cuando alguno de estos pigmentos escaseaba, llegaron a emplear su propio excremento. Estos pigmentos eran mezclados con resina o grasa para unirlos y darles una textura que hiciera fácil su aplicación y adherencia a la roca.
Para pintar usaban los dedos, escupían la pintura sobre la roca o lo hacían con una caña hueca para lograr líneas más finas. También restregaban directamente el pigmento en polvo en la pared; para dibujar usaban ramas quemadas y bolas de resina con colorante; aprovecharon las grietas y desniveles naturales de la roca para generar visualmente el volumen a la vez que raspaban la roca para darle más vista a los contornos de los animales.
Por otro lado, la pintura mural se empleaba ya desde las civilizaciones más antiguas como la maya, como los murales de Bonampak, de Tulum, de Calakmul; los romanos con la Capilla Sixtina, los egipcios con la hermosa decoración de sus tumbas faraónicas por mencionar algunos.
La preparación del muro consistía en un revoco hechos a base de cal, el cual se obtenía calcinando piedras calizas o conchas marinas; también llegó a utilizarse el barro. En la pintura mural existen dos técnicas: la pintura al fresco y la pintura al seco. En la primera, los pigmentos disueltos en agua de cal se aplicarán cuando el revoco esté todavía húmedo y en la segunda cuando el revoco se haya secado.
Los mayas utilizaban un tono de azul como el Mar Caribe, su denominación de origen obedece a lo rebuscado de su mezcla, la cual se desconocía y que hasta hace poco lograron obtenerla los mayas de Tulum, tras una investigación exhaustiva.
A inicios del siglo XX, después de la Revolución mexicana, nace el muralismo en respuesta a la necesidad de expresar la realidad política y socioeconómica de los años post revolucionarios. En el mundo nos representan las obras de grandes muralistas como Aurora Reyes, Diego Rivera, Leonora Carrington, Rufino Tamayo, Elio Carmichael, entre otros. Para mirar de cerca el muralismo, basta con escaparnos al Congreso del Estado en Chetumal o en el museo regional de Bacalar para conocer la obra del muralista Elio Carmichael.
Atentado a las maestras rurales, 1936, Aurora Reyes. La creación, 1922, Diego Rivera. El mundo mágico de los mayas, 1963, Leonora Carrington. Forma, color e historia de Quintana Roo, Elio Carmichael. Dualidad, 1964, Rufino Tamayo.
Finalmente, el graffiti ya se utilizaba desde la antigua Roma como expresión de amor, discordancia con el régimen, insultos; como el que se encontró en un muro en el monte Palatino, conocido como el grafito de Alexámenos; el cual es una burla, pues se puede observar a un personaje crucificado con cabeza de asno y debajo tiene un mensaje que dice: “Alexámenos adorando a su Dios”.
Con el paso de los años, el graffiti se ha ido convirtiendo en una expresión esencialmente urbana de los grupos sociales que no están de acuerdo con el imperante estado de las cosas ni cómo se vienen dando, un caldo de cultivo de pobreza, marginación y discriminación que genera los espacios para hacerse escuchar. Es por ello que aún prevalece socialmente la idea de vandalización de los bienes públicos, como el caso de la escuela de mi hija y bardas perimetrales de otras instituciones públicas y privadas, ya no se diga de las bardas de por mi casa. Que más gasta y tarda en pintarla mi vecino que en lo que ya le volvieron a estampar una firma, o como el último graffiti de Banksy que apareció el día de San Valentín de este año.
El graffiti gana espacios gracias al perfeccionamiento de las técnicas que van implementando para realizar obras cada vez más complejas. Muestra de ello lo son los graffitis que decoran establecimientos comerciales, escuelas, hogares, puentes, etc.
Lo importante es comprender que estas expresiones son artísticas en tanto emplean la creatividad para producir algo en el espectador y que quizá una banana pegada en el muro con cinta adhesiva a unos no nos causa nada, pero a otras personas les causa todo. La función del arte es transportarnos a una reflexión íntima o de carácter social, muy necesario desde siempre.
Debo repensar la dura reprimenda que le puse a Danielita, quizá sólo estaba expresando un sentimiento que no puede hacer de otra forma sino es a través del dibujo de una familia feliz. Quizá una clase de dibujo y pintura le sería más útil que la regañiza que le di.