Nadie se lo dijo a esa oruga peluda, pero siempre supo que iba a volar muy alto. Todos los días subía hasta donde estaban las hojas más tiernas del mangle para comer, la abeja le decía que ese era su único talento: tragar y tragar. La oruga no podía comprender por qué sentía la imperiosa necesidad de comer todo el tiempo, su dicho preferido era “barriga llena corazón contento”, pero poco a poco, con mucho esfuerzo, dejó de comer los brotes del mangle para comer puras hojitas de verdolaga.
Un día, la abeja pasó volando rumbo a su panal y la vio comiendo, entonces le dijo que su color era horriblemente verde; la oruga dijo que el verde le sentaba bien, entonces la abeja arremetió doblemente asegurando que el verde ya no estaba de moda, que debería ver qué hacer con esos pelos parados tan feos que tenía.
Nuestra amiga peluda vio una baya roja y se la untó, la mitad de su cuerpo quedó teñido de rojo, esa tarde casi pierde la vida, un pájaro que andaba buscando alimento desde hacía un rato, la ubicó fácilmente, pero la oruga pudo guarecerse en un agujero del tronco de un árbol, del susto, lloró toda la noche. Por la mañana se miró en el reflejo de un charquito, le pidió el favor a una ranita que curiosa la miraba desde la laguna, para que le hiciera unas trenzas. La rana accedió gustosa, cuando esta hubo terminado le dijo que la veía desmejorada, que debería cuidarse porque sino le faltarían fuerzas, cuando fuese el tiempo de volar. La oruga le dijo con falsa seguridad en sí misma que no se preocupara, que ella siempre ha sentido en su corazón, su gran vocación de vuelo.
Así pasaron los días de verano, la oruga perdió su tiempo escuchando a la abeja, a quien respetaba mucho porque todo el tiempo la veía trabajando de sol a sol. De pronto la oruga tenía que hacer su capullo de crisálida, el día tan esperado llegó, la oruga comenzó a abrir su capullo, con mucho trabajo lo hizo hasta que pudo estirar sus alas, pero jamás contó con que no iba a tener fuerzas para volar, ella estaba débil, la abeja la vio a lo lejos, dejó de hacer lo que estaba haciendo para ir a burlarse de ella porque no podía volar, cruelmente le dijo que ni siquiera tuvo talento para volar, que era un caso perdido.
La oruga peluda que ahora era una débil mariposa, de la tristeza cayó gravemente enferma, su amiga la rana no sabía qué hacer para salvarla, intentó hablar con otras mariposas sin tener éxito alguno porque todas ellas se la pasaban volando y libando el néctar de las flores, entonces se le ocurrió que podía pedirle a las abejas un poco de miel para su amiga enferma, muy veloz fue hasta la colmena, para su mala suerte, la abeja regresaba de su jornada de recolección de néctar, la rana le pidió encarecidamente a la abeja que le ayudara dándole un poco de néctar para su amiga, la abeja se negó.
Esa misma tarde, la abeja se quedó sin panal. Un oso hormiguero lo destruyó todo, se comió a varias de sus compañeras y aplastó a otras; la abeja devastada se la pasó llorando toda la noche, nuestra amiga la mariposa, quien se recuperaba poco a poco gracias a los cuidados de la rana, escuchó los sollozos de la abeja entre las ramas y se acercó con toda la intención de desquitarse de ella burlándose de su desgracia, pero cuando la vio en esa situación, sintió compasión; le convidó un poco de su néctar pero la abeja le dijo que se largara, que no necesitaba a una inútil como ella. La abeja hasta el último momento de su vida siguió con esa actitud negativa, quién sabe que habrá sido de ella.
Nuestra amiga mariposa, se repuso en unos días, pero seguía temerosa de volar, su amiga la rana le dijo que ella había nacido para volar, que no estaba equivocada en lo que su corazón sintió, que jamás debió abandonar su objetivo por hacerle caso a lo que le decía la abeja que estaba amargada, porque se la pasaba esclavizada en su colmena y nunca pasaría de ser una obrera. La bella mariposa, motivada por su amiga, extendió sus alas y voló como alguna vez soñó.
La abuela decía: «Si no tienes nada positivo que aportar a la gente, mejor cállate».