La noche, ese majestuoso lienzo negro salpicado de estrellas, planetas y constelaciones, está sucumbiendo ante el incesante avance de nuestra ‘modernidad’. Un término se desliza en los corredores de la astronomía, acuñando una nueva forma de añoranza: la «noctalgia», el dolor por la pérdida del cielo nocturno. Este fenómeno emergente nos está robando más que solo vistas estrelladas: nos está quitando pedazos de nuestra historia, cultura y la biodiversidad nocturna que coexiste con nosotros.
Vivimos tiempos donde la lucha contra la contaminación se vuelve cada día más feroz: combatimos contra las emisiones tóxicas, la contaminación del agua y la saturación de carbono en el aire. Sin embargo, emerge silenciosamente una contaminante más, una que se extiende silenciosa pero brillantemente sobre nuestros cielos: la contaminación lumínica. La omnipresencia de luces artificiales, desde las farolas hasta las luces de nuestros hogares y edificios, ha enmascarado el cielo nocturno, sumergiendo las estrellas en un olvido luminoso.
El cambio hacia tecnologías supuestamente más eficientes, como las luces LED, ha sumado intensidad a este deslumbrante problema. Su larga duración y menor costo han incentivado su uso desmedido, dejándolas brillar de manera desenfrenada a través de la noche, convirtiendo nuestras ciudades en perpetuos escenarios diurnos y agudizando, así, la erosión de la noche estrellada.
Perder la vista de la noche estrellada no es una trivialidad. Es una pérdida que resuena en la fibra cultural e histórica de nuestra existencia. A través de las eras, el cielo ha sido el teatro de mitos, leyendas y historias que diferentes culturas han tejido, creando un tapiz de sabiduría y maravilla. Ahora, las luces de la ciudad han opacado tales narrativas celestiales, y para muchos, la vista de las estrellas se ha vuelto un lujo lejano.
Pero no solo nos afecta a nosotros, los guardianes de tales luces. La ‘noctalgia’ también ha tocado la vida de innumerables especies animales, para quienes la noche era su reino. La perturbación lumínica desajusta sus ritmos naturales y los expone a nuevas vulnerabilidades, alterando los equilibrios de nuestros ecosistemas.
En esta odisea de luces, debemos cuestionar los costos de un cielo que ha sido despojado de su oscuridad natural y, con ello, de su poesía astral. Es imperativo buscar una armonía, una iluminación que respete la noche y todo lo que en ella habita, permitiéndonos redescubrir la magia de un cielo repleto de estrellas.
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