Cancún amaneció con una historia que parece sacada de una película de comedia, pero les juramos que es tan real como la salsa de la casa en la pollería Pechugon, un clásico de la supermanzana 231. Resulta que un aspirante a ladrón, con más ambición que habilidad, se convirtió en el platillo principal de una crónica insólita.
La escena es digna de ser ilustrada: las primeras luces del día revelaron un par de piernas colgando de la campana de la cocina, un espectáculo que dejó a los trabajadores entre la confusión y el susto. Imagínense la sorpresa, pensaron que estaban ante una tragedia, pero la realidad era otra: un robo frustrado por las dimensiones del delincuente.
La historia tiene ese toque de incredulidad y humor involuntario. El hombre, en su intento de hacerse de algunos pollos sin pagar, eligió la ruta de la campana extractora para entrar. Lo que no calculó fue que su «grasita» extra sería su perdición, dejándolo suspendido como un jamón en una carnicería, incapaz de avanzar o retroceder.
Cuando los empleados, aún en shock, decidieron investigar más de cerca y tocaron las piernas con una escoba, nuestro protagonista despertó de su inesperado sueño, comenzó a retorcerse y a suplicar por ayuda, revelando su plan fallido. Sí, leyeron bien: el hombre había decidido tomar una siesta en su incómodo escondite, agotado por el esfuerzo de su empresa malograda.
Este intento de robo se quedará en la memoria colectiva de Cancún no solo como un recordatorio de que el crimen no paga, sino también como una anécdota que nos regala una carcajada en una ciudad donde todo parece suceder. En Pechugon, la especialidad del día fue servida por un ladrón que, sin querer, cocinó su propio ridículo. Ahora, mientras nos reímos, no podemos evitar preguntarnos: ¿será que la próxima vez optará por un método menos… apretado?
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