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AMARILLO O NARANJA: EL COLORIDO COTIDIANO DE LA PANDEMIA

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“El mar no se va a ir, quédense en casa”, “pasábamos meses sin ir a la playa y ahora resulta que quieren ir a cada rato, quédense en casa”… Cuando empezó la pandemia, estos eran los comentarios en las noticias sobre personas que seguían yendo a la playa y a quienes la policía invitaba a resguardarse en sus casas. Han pasado seis meses y tras la estrategia de recuperación económica en donde se maneja un semáforo epidemiológico federal que no es el mismo que el estatal -para variar siguen sin ponerse de acuerdo los tres niveles de gobierno- nos ha devuelto ciertas libertades cuya responsabilidad recae exclusivamente en nosotros los ciudadanos.

Con el semáforo amarillo, vino la reapertura de otros lugares como las playas. Buscar un espacio seguro para respirar aire salino después de seis meses con movilidad limitada es toda una hazaña, ahora que hay acceso a playas; algunas familias han elegido destinos retirados y cuya accesibilidad siempre ha sido complicada, ya sea por caminos de terracería, el transporte, la lejanía de la ciudad y el costo de entrada que sigue siendo barato en comparación con otros de la zona norte de Quintana Roo de los cuales el destino de las ganancias no es para los bolsillos de gente local.

Personas con cubrebocas y traje de baño tomándose el selfie antes que nada en el mundo; camastros y palapas distanciados dos metros entre sí; un nasobuco flotando en el mar que es como ver mierda sobre las olas, una presencia desagradable que obliga a salir corriendo no sin antes vociferar “¡pinche gente, puerca!”; sargazo, lo normal; un ave muerta por la tormenta de hace dos días, los temibles moscos del manglar… un preadolescente que tarda en conectar con el paisaje y sus semejantes porque la vida digital que lleva lo tiene enajenado de su entorno.

Acomodar la nevera para sentarse a degustar el desayuno preparado desde casa para evitar en lo más mínimo tener interrelación con otras personas; comer el primer bocado frente al mar de color azul turquesa, el cielo con sus característicos tonos de día soleado y tratando de no pensar siempre en las preocupaciones de todos los días.

Del otro lado una garza pescando, un flamingo majestuosamente volando frente a nuestros ojos; fragatas, pelícanos y gaviotas; dunas de arena, vegetación exótica, la laguna crecida que revela algunos islotes y un reflejo azul de ensueño que se estampa en la memoria de un gran día.

Mañana los niños continuarán con sus clases a la distancia; el esclavizador ‘home office’, los baches de en frente de la casa, las malas noticias sobre el avance de la pandemia, los feminicidios, inseguridad, crisis económica en todos los sectores y la vecina recogiendo credenciales para su partido político porque los miserables ya van a empezar con sus chingaderas otra vez.

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