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Cultura Y Sociedad

Cuentos para pensar: La Abeja Haragana

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Había una vez en una colmena una abeja que no quería trabajar, es decir, recorría los árboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en vez de conservarlo para convertirlo en miel, se lo tomaba del todo.

Era, pues, una abeja haragana. Todas las mañanas, apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la colmena, veía que hacía buen tiempo, se peinaba con las patas, como hacen las moscas, y echaba entonces a volar, muy contenta del lindo día. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor, entraba en la colmena, volvía a salir, y así se lo pasaba todo el día mientras las otras abejas se mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el alimento de las abejas recién nacidas.

Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el proceder de la hermana haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas que están de guardia para cuidar que no entren bichos en la colmena. Estas abejas suelen ser muy viejas, con gran experiencia de la vida y tienen el lomo pelado porque han perdido todos los pelos de rozar contra la puerta de la colmena.

Un día, pues, detuvieron a la abeja haragana cuando iba a entrar,diciéndole:

-Compañera: es necesario que trabajes, porque las abejas debemostrabajar.

La abejita contestó:

-Yo ando todo el día volando, y me canso mucho.

-No es cuestión de que te canses mucho -respondieron-, sino deque trabajes un poco. Es la primera advertencia que te hacemos.

Y diciendo así la dejaron pasar.

Pero la abeja haragana no se corregía. De modo que a la tardesiguiente las abejas que estaban de guardia le dijeron:

-Hay que trabajar, hermana.

Y ella respondió enseguida:

-¡Uno de estos días lo voy a hacer!

-No es cuestión de que lo hagas uno de estos días -le respondieron-sino mañana mismo. Acuérdate de esto.

Y la dejaron pasar.

Al anochecer siguiente se repitió la misma cosa. Antes de que ledijeran nada, la abejita exclamó:

-¡Sí, sí hermanas! ¡Ya me acuerdo de lo que he prometido!

-No es cuestión de que te acuerdes de lo prometido -lerespondieron-, sino de que trabajes. Hoy es 19 de abril. Pues bien:trata de que mañana, 20, hayas traído una gota siquiera de miel. Yahora, pasa.

Y diciendo esto, se apartaron para dejarla entrar.

Pero el 20 de abril pasó en vano como todos los demás. Con ladiferencia de que al caer el sol el tiempo se descompuso y comenzóa soplar un viento frío.

La abejita haragana voló apresurada hacia su colmena, pensandoen lo calentito que estaría allí dentro. Pero cuando quiso entrar,las abejas que estaban de guardia se lo impidieron.

-¡No se entra! -le dijeron fríamente.

-¡Yo quiero entrar! -clamó la abejita-. Esta es mi colmena.

-Esta es la colmena de unas pobres abejas trabajadoras -le contestaron las otras-. No hay entrada para las haraganas.

-¡Mañana sin falta voy a trabajar! -insistió la abejita.

-No hay mañana para las que no trabajan -respondieron las abejas,que saben mucha filosofía.

Y diciendo esto la empujaron afuera.

La abejita, sin saber qué hacer, voló un rato aún; pero ya la noche caía y se veía apenas. Quiso cogerse de una hoja, y cayó al suelo. Tenía el cuerpo entumecido por el aire frío, y no podía volar más.

Arrastrándose entonces por el suelo, trepando y bajando de los palitos y piedritas, que le parecían montañas, llegó a la puerta de la colmena, a tiempo que comenzaban a caer frías gotas de lluvia.

-¡Ay, mi Dios! -clamó desamparada-. Va a llover, y me voy a morirde frío.

Y tentó a entrar en la colmena.

Pero de nuevo le cerraron el paso.

-¡Perdón! -gimió la abeja-. ¡Déjenme entrar!

-Ya es tarde -le respondieron.

-¡Por favor, hermanas! ¡Tengo sueño!

-Es más tarde aún.

-¡Compañeras, por piedad! ¡Tengo frío!

-Imposible.

-¡Por última vez! ¡Me voy a morir!

Entonces le dijeron:

-No, no morirás. Aprenderás en una sola noche lo que es el descansoganado con el trabajo. Vete.

Y la echaron.

Entonces, temblando de frío, con las alas mojadas y tropezando,la abeja se arrastró, se arrastró hasta que de pronto rodó por unagujero: cayó rodando, mejor dicho, al fondo de una caverna.

Creyó que no iba a concluir nunca de bajar. Al fin llegó al fondo, y se halló bruscamente ante una víbora, una culebra verde de lomo color amarillo, que la miraba enroscada y presta a lanzarse sobre ella.

En verdad, aquella caverna era el hueco de un árbol que habíantrasplantado hacía tiempo, y que la culebra había elegido deguarida.

Las culebras comen abejas, que les gustan mucho. Por esto la abejita,al encontrarse ante su enemiga, murmuró cerrando los ojos:

-¡Adiós mi vida! Esta es la última hora que yo veo la luz.

Pero con gran sorpresa suya, la culebra no solamente no la devorósino que le dijo:

-¿Qué tal, abejita? No has de ser muy trabajadora para estar aquí aestas horas.

-Es cierto -murmuró la abeja-. No trabajo, y yo tengo la culpa.

-Siendo así -agregó la culebra, burlona-, voy a quitar del mundo aun mal bicho como tú. Te voy a comer, abeja.

La abeja, temblando, exclamó entonces:

-¡No es justo eso, no es justo! No es justo que usted me comaporque es más fuerte que yo. Los hombres saben lo que es justicia.

-¡Ah, ah! -exclamó la culebra, enroscándose ligero-. ¿Tú conoces bien a los hombres? ¿Tú crees que los hombres que les quitan la miel a ustedes son más justos, grandísima tonta?

-No, no es por eso que nos quitan la miel -respondió la abeja.

-¿Y por qué, entonces?

-Porque son más inteligentes.

Así dijo la abejita. Pero la culebra se echó a reír, exclamando:

-¡Bueno! Con justicia o sin ella, te voy a comer; apróntate.

Y seechó atrás, para lanzarse sobre la abeja. Pero esta exclamó:

-Usted hace eso porque es menos inteligente que yo.

-¿Yo menos inteligente que tú, mosca? -se rió la culebra.

-Así es -afirmó la abeja.

-Pues bien -dijo la culebra-, vamos a verlo. Vamos a hacer dospruebas. La que haga la prueba más rara, esa gana. Si gano yo, tecomo.

-¿Y si gano yo? -preguntó la abejita.

-Si ganas tú -repuso su enemiga-, tienes el derecho de pasar lanoche aquí hasta que sea de día. ¿Te conviene?

-Aceptado -contestó la abeja.

La culebra se echó a reír de nuevo, porque se le había ocurridouna cosa que jamás podría hacer una abeja. Y he aquí lo que hizo:

Salió un instante afuera, tan velozmente que la abeja no tuvotiempo de nada. Y volvió trayendo una cápsula de semillas deeucalipto, de un eucalipto que estaba al lado de la colmena y quele daba sombra.

Los muchachos hacen bailar como trompos esas cápsulas, y lesllaman trompitos de eucalipto.

-Eso es lo que voy a hacer -dijo la culebra-. ¡Fíjate bien, atención!

Y arrollando vivamente la cola alrededor del trompito como un piolín la desenvolvió a toda velocidad, con tanta rapidez que el trompito quedó bailando y zumbando como un loco.

La culebra se reía, y con mucha razón, porque jamás una abeja ha hecho ni podrá hacer bailar a un trompito. Pero cuando el trompito, que se había quedado dormido zumbando, como les pasa a los trompos de naranjo, cayó por fin al suelo, la abeja dijo:

-Esa prueba es muy linda, y yo nunca podré hacer eso.

-Entonces, te como -exclamó la culebra.

-¡Un momento! Yo no puedo hacer eso; pero hago una cosa quenadie hace.

-¿Qué es eso?

-Desaparecer.

-¿Cómo? -exclamó la culebra, dando un salto de sorpresa-.¿Desaparecer sin salir de aquí?

-Sin salir de aquí.

-¿Y sin esconderte en la tierra?

-Sin esconderme en la tierra.

-Pues bien, ¡hazlo! Y si no lo haces, te como enseguida -dijo laculebra.

El caso es que mientras el trompito bailaba, la abeja había tenidotiempo de examinar la caverna y había visto una plantita que crecíaallí. Era un arbustillo, casi un yuyito, con grandes hojas del tamañode una moneda de dos centavos.

La abeja se arrimó a la plantita, teniendo cuidado de no tocarla, y dijo así:

-Ahora me toca a mí, señora Culebra. Me va a hacer el favor de darse vuelta y contar hasta tres. Cuando diga «tres», búsqueme por todas partes, ¡ya no estaré más!

Y así pasó, en efecto. La culebra dijo rápidamente: «uno… dos… tres», y se volvió y abrió la boca cuan grande era, de sorpresa: allí no había nadie. Miró arriba, abajo, a todos lados, recorrió los rincones, la plantita, tanteó todo con la lengua. Inútil: la abeja había desaparecido.

La culebra comprendió entonces que si su prueba del trompito era muy buena, la prueba de la abeja era simplemente extraordinaria. ¿Qué se había hecho? ¿Dónde estaba? No había modo de hallarla.

-¡Bueno! -exclamó por fin-. Me doy por vencida. ¿Dónde estás?

Una voz que apenas se oía -la voz de la abejita- salió del medio de la cueva.

-¿No me vas a hacer nada? -dijo la voz-. ¿Puedo contar con tu juramento?

-Sí -respondió la culebra-. Te lo juro. ¿Dónde estás?

-Aquí -respondió la abejita, apareciendo súbitamente de entre una hoja cerrada de la plantita.

¿Qué había pasado? Una cosa muy sencilla: la plantita en cuestión era una sensitiva, muy común también aquí en Buenos Aires, y que tiene la particularidad de que sus hojas se cierran al menor contacto. Solamente que esta aventura pasaba en Misiones, donde la vegetación es muy rica, y por lo tanto muy grandes las hojas de las sensitivas. De aquí que al contacto de la abeja, las hojas se cerraran, ocultando completamente al insecto.

La inteligencia de la culebra no había alcanzado nunca a darse cuenta de este fenómeno; pero la abeja lo había observado, y se aprovechaba de él para salvar su vida.

La culebra no dijo nada, pero quedó muy irritada con su derrota, tanto que la abeja pasó toda la noche recordando a su enemiga la promesa que había hecho de respetarla. Fue una noche larga, interminable, que las dos pasaron arrimadas contra la pared más alta de la caverna, porque la tormenta se había desencadenado, y el agua entraba como un río adentro.

Hacía mucho frío, además, y adentro reinaba la oscuridad más completa. De cuando en cuando la culebra sentía impulsos de lanzarse sobre la abeja, y esta creía entonces llegado el término de su vida.

Nunca, jamás, creyó la abejita que una noche podría ser tan fría, tan larga, tan horrible. Recordaba su vida anterior, durmiendo noche tras noche en la colmena, bien calentita, y lloraba entonces en silencio.

Cuando llegó el día, y salió el sol, porque el tiempo se había compuesto, la abejita voló y lloró otra vez en silencio ante la puerta de la colmena hecha por el esfuerzo de la familia. Las abejas de guardia la dejaron pasar sin decirle nada, porque comprendieron que la que volvía no era la paseandera haragana, sino una abeja que había hecho en solo una noche un duro aprendizaje de la vida.

Así fue, en efecto. En adelante, ninguna como ella recogió tanto polen ni fabricó tanta miel. Y cuando el otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo aún tiempo de dar una última lección antes de morir a las jóvenes abejas que la rodeaban:

-No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo quien nos hace tan fuertes. Yo usé una sola vez de mi inteligencia, y fue para salvar mi vida. No habría necesitado de ese esfuerzo, si hubiera trabajado como todas. Me he cansado tanto volando de aquí para allá, como trabajando. Lo que me faltaba era la noción del deber, que adquirí aquella noche.

“Trabajen, compañeras, pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos -la felicidad de todos- es muy superior a la fatiga de cada uno. A esto los hombres llaman ideal, y tienen razón. No hay otra filosofía en la vida de un hombre y de una abeja.”

FIN

Horacio Quiroga, Cuentos de la selva, 1918.

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YUM KAAX: DIOS MAYA DEL MAÍZ EN CHETUMAL

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Antes de que habitáramos este territorio, miles de años atrás; se levantaron ciudades de piedra ocupadas por los mayas; una de las civilizaciones que más ha intrigado a los estudiosos. Bajo nuestros pies, yacen increíbles tesoros que, van aflorando conforme la mancha urbana gana espacios a la selva.

Durante los trabajos de construcción en las inmediaciones de una antigua zona gasera,  situada sobre la avenida Álvaro Obregón de la ciudad de Chetumal, Quintana Roo; un albañil encontró una efigie antropomorfa maya de cerámica con decoración incisa y bajo relieve, representando a Yum Kaax o señor joven del maíz, a decir por su aspecto jovial, tocado con dos hojas lanceoladas a los lados, cetro en forma de hacha y el glifo de cruz recurrente en orejeras y en la parte central del collar; además de la decoración facial escarificada.

Efigie antropomorfa de cerámica del joven dios del maíz hallado en Chetumal, Quintana Roo (Posclásico Tardío 1250-1500 d.C).

Cerca de ahí, algunos años atrás, se construía el proyecto de una Central de Abastos, en aquél entonces, se encontraron alrededor de 10 plataformas de piedra, sobre las cuales alguna vez se edificaron las chozas donde vivían familias mayas de clase baja, quienes se dedicaban a la agricultura; también encontraron tiestos, una punta de lanza y otros utensilios. Dicho asentamiento data del posclásico tardío (1250-1500 d.C.) según las investigaciones de Brasdefer y Garduño, arqueólogos del INAH en Quintana Roo.

A doscientos metros del CBTIS en Chetumal, se localizó un entierro de campesinos mayas prehispánicos datado hacia el posclásico tardío, sitio nombrado como Lakin Ha por los investigadores (Garduño:1995).  En el faro que se encuentra frente a la bahía se encontró en un entierro, el plato de Ch’ak Ch’ok Kelem (príncipe maya) perteneciente al clásico tardío (600-800 d. C.).

Es probable que esta efigie de Yum Kaax pertenezca al posclásico tardío, periodo que coincide con la aparición de los dioses en la religión maya, entonces ya no se trata únicamente de la representación del maíz sino del señor del maíz. 

El maíz es una fuerza divina fundamental en el universo maya. Se le representó en los códices como un personaje masculino cuya cabeza es una mazorca, cubierta con las hojas curvas de la planta, cuyos ojos pueden estar abiertos o cerrados, y su cuerpo se pintó de azul, amarillo y ocre. El Dios E encarna a la planta y al grano en sus distintos momentos y estados: tierno y seco, sobre la superficie terrestre y en su interior (De la Garza:2002: 103).

Dos serpientes forman una casa, el dios del maíz está acostado bajo la superficie de la tierra y en la parte superior se encuentra el dios de la lluvia con la barra de los símbolos celestes. Códice de Madrid. Colonial.

Entre los muchos papeles divinos que tenían asignado los reyes mayas, probablemente el del joven dios del maíz era el más importante. El arte y las inscripciones jeroglíficas siempre remarcan que los reyes eran la encarnación de esta divinidad que proporcionaba fertilidad y riqueza. El nacimiento de los reyes se equiparaba a los brotes de maíz desde el subsuelo, mientras que su muerte se correspondía con el descenso del dios del maíz al inframundo; y así como un grano de maíz vuelve a nacer en la superficie, así también resucita el regente fallecido en su sucesor al trono. El ciclo de la planta, es decir, la vida y la muerte del Dios del maíz se convertiría en la metáfora de la vida cíclica de un rey. Las raíces de esa metáfora están en la cultura de los campesinos que cultivan el maíz (Grube: 2006: 155).

La importancia sagrada del maíz en la región mesoamericana proviene de un contexto donde las
actividades productivas preponderantes propiciaron ciertas formas de relación con la naturaleza y
entre los se res humanos, e influyeron en la génesis de los elementos que conforman el universo
simbólico palpable en la mitología, metáforas y representaciones de los pueblos originarios que
habitaron, resistieron y nos comparten hoy con la riqueza de su tradición oral, su mundo ritual, su
lengua, vestimenta y toda expresión cultural cotidiana como labrar la tierra.

El dios del maíz sostiene con una cuerda a un cautivo de guerra. Códice Maya de México. Posclásico (900-1521 d.C).

Hacia el 2013, movida por mis recientes conocimientos adquiridos en agroecología, sembramos por
primera vez una milpa en nuestra entonces parcela ubicada en Tixhualactún, Yucatán. Aquella vez
nos enseñaron nuestros amigos mayas y nos ayudaron sus pequeños hijos. Primero compramos las
semillas de maíz criollo a un campesino en Valladolid, Yucatán, durante un tianguis de semillas que
se llevan a cabo por toda la península justo antes de la siembra.
Empezamos con lo primero, limpiar la maleza del terreno, nuestros amigos de Tixhualactún nos
ayudaron un fin de semana, al fin citadinos nosotros, tuvimos que regresar a nuestra jungla de
asfalto y dejamos encargado que terminaran el trabajo con un pago justo. Ese día al concluir la
faena colectiva o muuch meyaj, comimos todos chicharra, frijoles k’abax, tortillas y refresco. El siguiente fin de semana,
acudimos y todo estaba perfectamente limpio y en un lugar habían puesto toda la leña que se
produjo con el desmonte, aproveché para abonar los cítricos.
Con las primeras lluvias de mayo, fuimos a sembrar, desde luego nos sugirieron que, en una bolsa
improvisada con un costal o saabukan, mezcláramos las semillas de maíz y calabaza. Con el bastón
plantador de hierro o xuul nos dijeron que debíamos ir hurgando en la tierra, de tal manera que
cuando tocara el hierro con una roca, eso sería señal de que ahí no era buen lugar para plantar, una
vez encontrando el lugar, donde el hierro se hundiera sin problema, echaríamos en el hoyo un
puñado pequeño de nuestra suculenta mezcla.

Brotes de maíz y calabaza de pepita gruesa (Xka’alil xtóop’).

Ese año hubo muy buenas lluvias, el maíz y la calabaza se dieron muy bien; pero vino la parte más
importante, la limpieza; cada semana acudía y limpiaba de poco a poco; sin embargo, las lluvias tan
benevolentes, hacían que la maleza creciera muy rápido hasta que la cantidad me rebasó; ya que
después me quedé sola en el proyecto. Veía como mi vecino octogenario con mucha disciplina
siempre lo veía agachado en su milpa limpiando la hierba que crecía. Un día me lo topé de frente
saliendo del terreno después de limpiar lo que pude y me preguntó seriamente de quién era el
terreno, le contesté sin titubear que no era mío, sino de mi esposo (él tenía los derechos ejidales) y
me dijo algo que ya había leído en los libros, ese día me retumbaron sus palabras como un trueno
que sacudió mi consciencia: “la tierra es de quien la trabaja”.

Después de tres meses vino la feliz cosecha y disfrute de los frutos que se sembraron, ahí sí, los
demás adultos de mi familia cooperaron y comieron también. Antes de irme con mis elotes, dejé
una ofrenda muy pequeña en el terreno, aún no sabía cómo hacerlo; pero sentía que debía
agradecer a la tierra por su benevolencia.
Ese día comimos el mejor elote que he probado en mi vida, a pesar de ser unas mazorcas pequeñas,
su sabor era increíblemente aumentado, simplemente una delicia. Al mismo tiempo aprendí que
sembrar la planta sagrada de nuestros ancestros, es abrazar nuestra herencia biocultural, nos
conecta con el ciclo natural del planeta, valoramos la solidaridad, la convivencia entre familia y
amigos, la sabiduría de los sabios abuelos mayas y despierta –hablando a título personal- una
espiritualidad que solo la define el agradecimiento a una fuerza superior por todas las bendiciones
concedidas.

Cosechando maíz en Tixhualactún, Yucatán

Antrop. Karen Marín

Para saber más:
Baudez Claude-Francois (2007). Los Dioses Mayas, una aparición tardía. Arqueología Mexicana,
Revista Bimestral Vol. XV-Núm. 88 32-41 Pp.
Carrillo Trueba, César El origen del maíz naturaleza y cultura en Mesoamérica Ciencias, Núm. 92 –
93, octubre-marzo, 2009, pp. 4-13 Universidad Nacional Autónoma de México.
Códice Dresde Facsímil (1999). Compendio Xcaret de la Escritura Jeroglífica Maya Descifrada por
Yuri V. Knórosov. Tomo II.
Códice Madrid Facsímil (1999). Compendio Xcaret de la Escritura Jeroglífica Maya Descifrada por
Yuri V. Knórosov. Tomo II.
Códice Maya de México Facsímil (2018). El Códice Maya de México, antes Grolier. INAH.
Garduño Argueta, Jaime (1995) Un Entierro Maya Prehispánico en Lak’in Ha, Chetumal.
Conaculta/INAH.
Grube, Nicolai (2006). Los Mayas, Una Civilización Milenaria. H.F.Ullman
Sotelo Santos, Laura Elena (2002). Los Dioses: Energías en el Espacio y en el Tiempo. Enciclopedia
Iberoamericana de Religiones. Tomo 02. Editorial Trotta. Pp.83-114.

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EL BALCHE’: UNA BEBIDA SAGRADA MAYA

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Para empezar, diré que el balche’ lo probé por ahí del año 2008 en Kantemó, Yucatán, más o menos; esto fue durante un wajikool, una ceremonia agrícola para agradecer a Dios y los seres protectores por las buenas cosechas. En esa ocasión vi que lo utilizaron para echar sobre la cruz trazada sobre la última capa en el kan lajun tas waj, un tipo de pan ceremonial hecho con catorce capas de masa de maíz, separadas por muy sencillas capas de pepita molida o sikil y que luego se cuece en un horno subterráneo llamado píib, estos constituyen la ofrenda principal. Posteriormente me tocó beberlo de una jícara, la cual me ofreció el jmen u oficiante de la ceremonia. Recuerdo que solo sentí que era agua dulce, eso fue todo.

Platicando con Doña Lupe de Hoctún, Yucatán, ella me obsequió un litro de balche» que tenía guardado de un año anterior después de comentarle que, me interesaba conocer más de esa bebida; me reiteró que estaba consagrado y que lo había traído de un cha’ chaak, una ceremonia agrícola para pedir lluvia a los seres protectores y a Dios. Llegué a mi casa de Cancún, lo metí en mi licorera de vidrio y días después lo probé; el color y sabor era como el del jerez; ligeramente ácido y algunos grados de alcohol. Pensando en los textos del Fray Diego de Landa, me pregunté si en realidad “emborrachábanse los indios estos” con el vino sagrado balche’; así que procedí a tomarme copa tras copa hasta que me acabé el litro y yo ya estaba riéndome de todo y brindando por Yuum Chaac. Esta fue la segunda vez que lo caté.

Paisaje de Hoctún, Yucatán.

Como se dice, la tercera es la vencida, me tocó estar presente el día que se preparó el balche’ en una ceremonia de cha’ chaac, ahí pedí permiso al jmen conocido como Don Repollo para acompañarlos a extraer suhuy ha o agua sagrada en un cenote escondido en la selva. Después de una serie de aparentes obstáculos y explicarle que lo que deseaba hacer era dar a conocer las costumbres mayas, me dejó ir con ellos, desde luego puso sus reglas, no tocar nada y no extraer nada y así lo hice, aproveché preguntarle por la corteza de balché y me mostró un pedazo de la planta, creo que me vio tan emocionada que me lo regaló. En el camino durante el recorrido subterráneo, me explicó la geografía del lugar. Primero me dijo que una de las acumulaciones de agua era el chichan ja o agua chica y que más adelante se encontraba el nojoch ja o agua grande donde tomaría el agua para la preparación del vino maya; incluso me mostró de referencia las raíces de un árbol para comentarme que estábamos en el centro, donde confluían las tres localidades, Izamal, Kimbila y Citilcum en el estado de Yucatán. Pude presenciar desde que pedimos permiso para entrar al cenote, luego para tomar de su agua y al final santiguarnos para no cargar el aire que se encuentra en esos sitios, según versan las creencias. La misión había sido exitosa, el jmen estaba complacido porque no hubo incidente alguno en la travesía, salvo un resbalón que sufrió él, pero del que salió ileso. Sus plegarias fueron bien recibidas por el sagrado cenote y quienes lo habitan.

Corteza de las ramas del árbol de balche’.

Entre el medio día y las tres de la tarde, el jmen comenzó a preparar el balche’, echó en una cubeta de zinc, la corteza, el agua y la miel. La bebida fue consagrada durante toda la noche en el altar, para que al día siguiente concluyera la ceremonia y todos pudiésemos disfrutar del convite. En esa ocasión me llevé una nueva botella, pero olvidé que continuaría fermentando y no cambié el líquido a un recipiente de vidrio, la metí a mi refrigerador, al tercer día explotó y ya no pude probarla, mi frustración fue enorme.
El árbol de balche’, también se le conoce como xul o xu’ul, su nombre científico es Lonchocarpus yucatanensi Pittier; es sagrado, melífero, laxante; sobre esto hay mucha información en textos coloniales de cronistas españoles donde se satanizaba su uso, ya que estaba vinculado con la religión maya.

La infusión de las hojas de balche’ se utiliza para tratar la tos y desinfectar heridas, además el árbol contiene metabolitos secundarios con propiedades insecticidas.

Cuentan los abuelos de Xocén, Yucatán que “el balche’ es un árbol destinado para el sacrificio. Fue encontrado por los antepasados. Un jmen estuvo soñando que el Santo Winik le dijó qué árbol necesitaba para hacer vino. Al amanecer el jmen sacó su cuenta de maíz y vio que sí fue cierto. Luego se fue al monte buscando la mata con su espejo. La encontró. Y le puso el nombre balche’, porque estaba escondido. El Dios lo tenía guardado (Jardow-Pedersen: 1999: 48)”.

El jmen es el único que puede preparar esta bebida, quien puede cortar la corteza y entrar al nojoch ja para extraer el suhuy ja. En el Códice Pérez, se refieren a los Ah Mol Box o los juntadores de cortezas para preparar el vino ceremonial, palabra que recoge Barrera Vásquez mencionada por un jmen como molboxo’ob; cuya expresión es sagrada y solo los oficiantes la conocen y la entienden.

El Jmen prepara el balche’ en un momento de profunda espiritualidad.

En el manuscrito colonial del Chilam Balam de Chumayel, existe una clara referencia a este vino ceremonial, cuando se emplea el lenguaje Zuyua para realizar las pruebas a los candidatos a Halach Uinik, donde deben alimentar a los señores con una serie de peticiones, solo un verdadero heredero podría entender y por ende proveerles de sus sagrados alimentos. La analogía de los miembros y sangre femenina se establecen a partir de los ingredientes como la corteza del árbol balche’, miel de melipona y el recipiente para fermentar el vino sagrado.

Melipona y ánforas de cera con miel.

Existen un par de recetas para preparar el vino sagrado maya, las cuales han sido documentadas y cuyo contenido a continuación compartimos:

“Se cortan 20 a 30 centímetros de corteza del tallo y se coloca en el píib sobre las piedras calientes para que se cueza, ya entonces bien cocida, se saca y se cuelga en la casa, durante la ceremonia, el jmen lleva un pedazo y lo remoja en el agua durante una noche para hacer el vino, mismo al que pone azúcar. Otra receta indica que la corteza se prepara con miel, sacándose dos pedazos que se sancochan o hierven con miel, saliendo en vino (Mariaca: 2010: 79)”.

A través de esta breve explicación, podemos comprender la importancia que tiene esta bebida dentro de la cosmovisión maya, es indispensable conocerla porque a veces podemos encontrar este bien cultural ofertado como mercancía; aquí no trato de discutir quién tiene el derecho sobre la explotación de los bienes culturales de los mayas y mucho menos si moral o éticamente es correcto realizar dicha venta o compra. Aquí solo proporciono elementos para su consideración y la creación de un criterio propio.

Antrop. Karen Marín

Para saber más:

Avilés Peraza, Gabriela (2015). Balché (Lonchocarpus longistylus): árbol mágico, usos ceremoniales y medicinales. CICY. Consultado el 06 de noviembre de 2024: https://www.cicy.mx/Documentos/CICY/Desde_Herbario/2015/2015-03-19-Aviles-Peraza.pdf

Barrera Vásquez, Alfredo (1989). El Libro de Los Libros del Chilam Balam. Dante.

Jardow-Pedersen, Max (1999). La Música Divina de la Selva Yucateca. Conaculta.

Mariaca Méndez, Ramón (2010). El Huerto Maya Yucateco en el Siglo XVI. UIMQROO.

Marín Poot, Karen (2019). Difusión cultural desde la academia a través de la antropología visual: Las Viandas de Chaak. El Señor Maya de la lluvia, En: Interculturalidad y Educación en Contextos Plurales: Colección Maya’on, Plumas Negras Editorial.

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CH’AK CH’OK KELEM: EL GRAN JOVEN PRÍNCIPE DE LA BAHÍA DE CHETUMAL

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Bajo nuestros pies, yace la antigua ciudad maya de Lakin Ha, de la que poco se habla y se presume. Nombrada como “Agua donde nace el sol” por los investigadores, la evidencia arqueológica revela que, hacia el año 1250 d.C existía una población pequeña donde sus habitantes se dedicaban a la agricultura y la extracción de piedra, gozaban en general de buena salud, dada su alimentación basada principalmente en productos del mar y los frutos de la milpa.

Sin embargo, más de trecientos años atrás, hacia el 900 d.C, vivió a quien llamaremos cariñosamente Kelem, de él, solo nos queda como evidencia de su existencia, un precioso plato que se utilizó para ofrendar tamales el día de su funeral. Aquí empieza la historia del Gran Joven Príncipe de la Bahía de Chetumal; quien, como todos nosotros, miró el verde agua marina de la bahía que brilla intensamente en los días soleados y durante la época de lluvias, se torna marrón trayendo nueva vida.

Ch’ak Ch’ok Kelem, vivió en una época de esplendor de la civilización maya antigua, la moda era traer el cráneo deformado hacia arriba y ligeramente hacia atrás, a usanza de los mayas de las Tierras bajas de la actual Guatemala, con quienes había mayor dinámica social y comercial, el plato de Kelem es muestra de ello también.

Para ese entonces, la dinastía de los Kaanu’l, quienes dominaron por más de 150 años la parte de Dzibanché y cuya cuna, se dice que fue Ichkabal, ya se habían mudado a la ciudad de Calakmul, actual estado de Campeche.

Por su parte, los itzaes de Chichen Itzá, quienes dominaron por alrededor de 60 años Bacalar, según el manuscrito de Maní; ejercían gran influencia en los puertos de la Costa Oriental de Quintana Roo, sobre todo en uno de los más importantes de ese período que se encontraba entre la Isla Pájaros y la Bahía del Espíritu Santo: el puerto de Chacmool.

Oxtankah tenía poca población y las evidencias arqueológicas sugieren que solo era utilizado como un santuario donde las personas iban a depositar ofrendas.

Para ser considerado un joven, Kelem debió tener entre los 20 y 30 años de edad al momento de su deceso, lamentablemente no podemos conocer las causas porque como hemos dicho al inicio de este texto, lo único que tenemos de él, es su plato; sin embargo, basándonos en investigaciones sobre antropología física del Clásico Tardío, podemos decir que en general, las personas de zonas costeras, gozaban de buena salud y que durante esa época también hubo una incidencia en el deterioro de la salud de la nobleza.

Lo más sorprendente de esta historia es el lugar donde fue encontrado el plato, todos hemos paseado por el bulevar bahía y sabemos dónde se encuentra el actual Museo del Faro, pues bien, a los pies del faro encontraron el plato de Kelem durante las obras de construcción de la primera pista aérea de Chetumal, Mientras limpiaban el terreno, un trascabo destruyó un montículo dentro del cual se encontraba una tumba con una gran ofrenda de la que no se conservó mayor información; el ingeniero estadounidense Roy H. Jones, quien estaba a cargo de la obra tomó la decisión de conservar el plato de Kelem, dada su buena conservación y belleza. Tiempo después, Jones se mudó a Oaxaca donde conoció a Frans Bloom, un arqueólogo y etnólogo danés a quien le permitió examinar la pieza. En 1950 Blom publicó un artículo para dar a conocer el plato a la comunidad académica internacional.

En 1985 el plato de Kelem fue donado al Museo Regional de Antropología, Palacio Cantón, en la ciudad de Mérida, ahí permaneció hasta el año 2012, cuando regresó al Museo Maya de Cancún, donde se encuentra actualmente.

El joven príncipe de la bahía no vivió lo suficiente para disfrutar de las celebraciones del cacao que se hacían en el mes de Muan, dedicadas a Ekchuah, Chak y Hobnil, pues la fecha que aparece en su plato, es el 8 Muanil. Kelem, ya no pudo presenciar la ofrenda de comida, cacao, el sacrificio de los perros y las iguanas azules; no pudo beber vino tres veces ni seguirla en casa del encargado de la fiesta, tal cual lo relata Fray Diego de Landa en Las Cosas de Yucatán.

El plato de Kelem dice muchas cosas, al ser un joven, quizá su historia favorita fue la de los gemelos del Popol Vuh y sus grandes hazañas, una de ellas versa sobre Vucub Caquix o Siete Guacamaya, un pájaro monstruoso que en la tradición maya suplantó al Sol pretendiendo igualar su brillo con el reflejo de sus joyas. Molestos por el engaño Xbalanqué y Hunahpú lo mataron con sus cerbatanas cuando comía los frutos del árbol de nance, esta es el pasaje que aparece bellamente pintado en su plato funerario.

Ahora, cada vez que recorramos el bulevar, podemos contarle a los visitantes y a nuestros hijos con gran orgullo que, hace mucho tiempo hubo un Joven Príncipe Maya que vivió en estas tierras que hoy habitamos y lo llamaremos Kelem.

Antrpo. Karen Marín

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