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MALACATES: EL HILADO DE ALGODÓN EN EL SUR DE QUINTANA ROO

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“Toma mi llave y agarra lo que quieras”, eso me dijo mi difunto abuelo Lázaro cuando todavía yo era estudiante universitaria y realizaba mis tareas de lengua maya y etnohistoria con su ayuda. Ese día abrí su cómoda y observé que tenía monedas antiguas, libros y un malacate prehispánico maya que había encontrado en su ranchito de Calderitas, Quintana Roo; más o menos en las periferias de lo que fuera la antigua Ichpaatún.

Así llegó mis manos el primer malacate, yo no sabía lo que era, de hecho, en un inicio pensé que era una cuenta con la cual yo podría hacer un collar; sin embargo, nunca lo hice y permaneció como tesoro de exposición en uno de mis libreros.

El segundo malacate me lo encontré escarbando en un montículo muy derruido, recuerdo que esa vez fui de expedición a los montes de Calderitas con mis primos, si la memoria no me falla, recuerdo que ellos encontraron un pedazo de navaja de obsidiana que tenía un filo muy fino y me parece que un bracito de algún muñeco de barro, la verdad es que hasta ese entonces, ignoraba que lo que tenía en mis manos era un malacate y que servía para hilar fibras; eso lo supe cuando cursé la materia de arqueología y nos tocó colaborar con el INAH para montar una exposición arqueológica de objetos de uso cotidiano en la biblioteca de la universidad.

El malacate sirve como contra peso cuando se hilan las fibras, en teoría, cualquier objeto con forma circular puede servir, sin embargo, aquí lo importante es que dure y funcione; así, nuestros ancestros elaboraron malacates con piedra caliza, madera, semilla de cocoyol, tiestos y cerámica, como es el caso de los que tengo en custodia.

La palabra malacate proviene del vocablo náhuatl malácatl, cuyo significado se refiere a la acción de girar en sí mismo o dar vueltas. El malacate fue un objeto de uso cotidiano de gran importancia para los pueblos mesoamericanos, ya que era una actividad que realizaban las mujeres de todas las clases sociales, ya sea para elaborar los atuendos, pagar tributo, comerciar o con fines religiosos; tan importante era el malacate que, cuando una mujer fallecía, era sepultada con sus objetos más valiosos, y por si fuera poco, eran parte de ofrendas rituales como consta en la evidencia arqueológica hallada en Ichpaatún, donde se encontraron 23 malacates del posclásico temprano/tardío en el templo dedicado al culto de Ixchel, representación simbólica de la  fertilidad, la medicina, la luna, el agua y el trabajo textil; según fuentes coloniales, su celebración se hacía en el mes Zip, llamada Ihcil Ixchel, dedicada a los señores de la medicina y en el mes de Yaxkin, llamada Olob Zab Kamyax, dedicada a todos los señores de todos los oficios, momento en que embadurnaban de color azul todos los instrumentos de trabajo, desde los que utilizaban los sacerdotes hasta los husos para hilar de las mujeres.

Ubicación geográfica de Ichpaatún. Fuente: Marcos Pool (2009).

Existe un estudio muy interesante sobre los malacates de la Península de Yucatán, una muestra bastante nutrida de varios sitios arqueológicos, entre ellos San Gervasio, Xel Há e Ichpaatún, este último con un periodo de ocupación que va del año 300 a. C. (Preclásico Tardío) hasta el 1450 d. C. (Postclásico Tardío) y de donde provienen los malacates que aquí menciono. La actividad textil en la península fue exclusivamente de algodón de diversas calidades, a decir por el tamaño de los malacates que se han recabado hasta ahora durante los trabajos arqueológicos, panorama que es sustentado por datos etnohistóricos plasmados en las crónicas de los frailes franciscanos del siglo XVI y XVII:

“[Las mujeres] Son grandes trabajadoras y vividoras porque de ellas cuelgan los mayores y más trabajos de la sustentación de sus casas y educación de sus hijos y paga de sus tributos… Crían pájaros para su recreación y para las plumas, con las que hacen ropas galanas… Tienen costumbre de ayudarse unas a otras al hilar las telas, y páganse estos trabajos… y en ellos tienen siempre sus chistes de mofar y contar nuevas, y a ratos un poco de murmuración… Eran muy devotas y santeras, y así tenían muchas devociones con sus ídolos, quemándoles  de sus inciensos, ofreciéndoles  dones de ropa de algodón… Para sus partos acudían a las hechiceras… y les ponían debajo de la cama un ídolo de… Ixchel, que decían que era la diosa de hacer criaturas”.

Fray Diego de Landa, Relación de las Cosas de Yucatán.

Cabe señalar que, todavía este artefacto para hilado continúa siendo utilizado por algunas etnias de nuestro país, en el caso de Quintana Roo, el hilado artesanal de fibras como el henequén y el algodón se practica en comunidades de la zona maya como Tihosuco y Señor, una actividad que forma parte de los proyectos comunitarios de rescate de tradiciones y de turismo sustentable. Los mayas de Tihosuco, utilizan la palabra pechech para referirse al huso, cuya manufactura es de una sola pieza de madera, incluido el contrapeso que debe ejercer el malacate de cerámica, podríamos decir que son como un trompo o pirinola. También emplean el luuch o jícara, algodón o piits y el pigmento natural ch’ooj o azul para teñir los hilos de algodón o el kuxub o achiote, el cual deja un color rojo, por mencionar algunos de la amplia gama de especies vegetales con propiedades para imprimirle color a los textiles.

El malacate A de cerámica es similar a uno que fue encontrado en Xel Há, tiene un diámetro de 2.5 cm, su perforación tiene un diámetro de 0.8 cm y 1,5 cm de altura, pesa alrededor de 8 gr. Probablemente perteneció al periodo Posclásico Tardío, ya que se observa en la superficie, ligeras líneas con patrones geométricos en el borde interior.

El malacate B de cerámica también, tiene un diámetro de 3.5 cm, su perforación tiene un diámetro de 0.8 cm y 2 cm de altura, pesa alrededor de 18 gr. Probablemente perteneció al periodo Posclásico Tardío, ya que se observa en la superficie, una línea curva en el borde exterior.

Cuando pienso en estos malacates, me encanta imaginar que, las mujeres que los utilizaron, pasaron buenos momentos de risas y pláticas interminables con otras, que en la intimidad de su hogar enseñaron a sus hijas el oficio, que elaboraron esos hermosos atuendos que todavía podemos observar en algunos códices, frescos y estelas; que devotas confeccionaron mantas para ofrendar a Ixchel, misma que con fe y un poco de temor colocaron debajo de su cama o hamaca cuando crecía una nueva vida en sus vientres y sí, mi abuela materna quien también confeccionaba la ropa de su familia, cultivaba el algodón en su hermoso jardín, aunque ella no hilaba, más bien compraba la tela, sí lo empleaba para curar las heridas.

Antrp. Karen Marín

Fotografía: Cooperativa Xla’Kaj/Tihosuco, Quintana Roo.

Si quieres conocer más acerca de este tema, puedes consultar:

(2008) Los malacates arqueológicos de la Península de Yucatán. Una perspectiva regional. Nancy Peniche y Héctor Hernández.

https://www.academia.edu/8298739/_2008_Los_malacates_arqueol%C3%B3gicos_de_la_Pen%C3%ADnsula_de_Yucat%C3%A1n_Una_perspectiva_regional

(1565) Relación de las Cosas de Yucatán. Fray Diego de Landa.

https://bibliotecadigital.rah.es/es/consulta/registro.do?id=61962

(2018) Religión e Identidad Prehispánica Durante el Posclásico en Ichpaatún, Q.Roo, México. Juan Carlos Mijangos y Marcos Pool.

https://www.researchgate.net/publication/336750821_Religion_e_Identidad_Prehispanica_Durante_el_Posclasico_en_Ichpaatun_QRoo_Mexico

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